Padre Alberto Hurtado S.J.

Textos del Padre Hurtado que nos muestran otras facetas de las que ya conocemos de él. Su fuerza, creatividad y entusiasmo tenían su origen en su FE en Cristo.

Monday, June 13, 2005

El primado del amor

Extracto del capítulo once de Humanismo Social

Alberto Hurtado SJ

Es un hecho que la caridad no es la virtud que aparece de relieve en la formación religiosa corriente, y que aún el sentido amplio, positivo de la caridad es con frecuencia ignorado de la juventud.

Muchos creen que ser buen católico significa ante todo ser honesto. Un joven creerá cumplir sus deberes mientras no cometa malas acciones, sin sospechar que en virtud de su religión está obligado a “realizar perpetuamente buenas acciones”. “No tengo nada de que acusarme; no hago mal a nadie”. Está bien no hacer mal, pero está muy mal no hacer el bien.

El amor transformara al individuo

Hay una fuerza inmensa de transformación de las almas que está encerrada en la caridad. Creado el hombre a imagen y semejanza de Dios se siente atraído a colaborar en las obras de Dios.

Cuando un joven no ha encontrado una obra que lo tome por entero, no rinde todas sus posibilidades, parece un caminante cansado, perdido en una ciudad extraña, pero cuando aparece una empresa que vale la pena, deja escapar un grito de liberación. ¡Por fin he hallado algo a qué dedicarme! Ha comprendido que su vida va a tener un sentido, pues, el hombre, como Dios, goza más dando que recibiendo.

Hay mucho heroísmo latente en nuestros jóvenes. Hay en ellos energías inmensas que requieren de alguien que las despierte y les muestre una causa lo bastante grande para ser digna de su vida.

¡Cuántos hombres habrían sido diferentes si hubieran encontrado en su vida alguien que hubiese tenido fe en ellos, alguien que hubiese sabido penetrar la corteza de indolencia y apatía que cubre los grandes valores del alma como el carbón cubre el diamante; pero se necesita un experto y sobre todo un hombre que tenga fe en el hombre y en la gracia de Dios, siempre dispuesta a ayudar a la más noble de sus obras!

El educador que no está convencido de las posibilidades para el bien, latentes en el más despreciable de sus alumnos, debiera dejar de educar. El momento en que penetra en su alma esa “fría prudencia” hija del desengaño que no se fía de nadie, que nada espera y todo lo teme, es una indicación precisa que no debe seguir achatando y deformando almas; mejor que se retire.

Fiarse de los otros es algo aparentemente muy simple, y en realidad muy difícil. Fiarse es entregarle sus obras, sus proyectos, sus ideales, entregarse uno mismo en sus manos. Fiarse de los obreros, fiarse de los jóvenes, fiarse de los niños es una virtud profundamente formadora.

Aquellos que nunca han tenido alguien que se fíe de ellos, no han visto brillar la más bella estrella de su vida. Podrán después decir a sus padres y educadores con razón: hubiera sido diferente si alguien hubiese tenido fe en mí.

Todo hombre es débil cuando solo se defiende a sí mismo, pero su debilidad se vuelve fuerza cuando tiene la responsabilidad de otros seres más débiles que él a quienes defender.

Cuando el ideal es el establecimiento del Reino de Dios, siente el joven la imperiosa necesidad de poseer él primero a Cristo, a fin de poder darlo a los demás. Acude espontáneamente a la oración, comulga con mayor recogimiento, se persuade que su progreso en la vida sobrenatural contribuirá al progreso de su apostolado.

Hacer el bien a los demás sirve más a los jóvenes que hacer el bien a secas. ¡Cómo bendecirán después a quien los inició en el apostolado social!

Uno que protestaba amargamente contra los mandamientos de Dios, mirándolos como restricciones, cerco de prohibiciones, cuando descubrió el valor central de la caridad, en la vida cristiana, exclamó: “Mandamiento de Dios, mandamiento supremo del Evangelio, gran mandamiento de amor, ¡qué impulso habéis dado a mi vida, qué ánimo a mi ser! ¡Aumentad aún más vuestras exigencias: no haréis sino dilatar mi corazón!

Pesada es una moral en que predominan las cadenas; suave, alegre es la moral en que predominan las alas; y el amor tiene alas.

Hay que aprovechar esos hermosos años de la niñez y juventud para hacer entrar en todas formas en el alma abierta entonces como nunca a todas las causas grandes y desinteresadas el espíritu de generosidad, la ambición de dar. “¡En verdad les digo que más vale dar que recibir!”

Irás por el camino

Irás por el camino buscando a Dios; pero atento a las necesidades de tus hermanos. En cualquier momento, en cualquier lugar, entre cualquier compañía, te formularás la admirable pregunta de Franklin: “¿Qué bien puedo yo hacer aquí?”

Y siempre encontrarás una respuesta en lo hondo de tu corazón. Apareja el oído, los ojos y las manos, para que ninguna necesidad, ninguna angustia, ningún desamparo, pasen de largo.

Y cuando a nadie vieras en la carretera llena de huellas, que relumbra al sol, cuando el camino esté ya solitario, vuélvete inmediatamente hacia tu Dios escondido.

Si El te pregunta dentro de ti mismo: ¿Cómo es que no me buscabas, hijo mío?

Le dirás: Te buscaba, “Señor”, pero en los otros.

¿Y me habías encontrado?

Sí, Señor; estabas en la angustia, en la necesidad, en el desvalimiento de los otros.

Y El, por toda respuesta, sonreirá dulcemente.

Siempre que haya un hueco en tu vida, llénalo de amor.

Adolescente, joven, viejo: siempre que hay un hueco en tu vida llénalo de amor. En cuanto sepas que tienes delante de ti un tiempo baldío, ve a buscar el amor. No pienses: “sufriré”, “me engañarán”, “dudaré”.

Ve simplemente, diáfanamente, regocijadamente, en busca del amor... No te juzgues incompleto porque no responden a tus ternuras: el amor lleva en sí su propia plenitud. Siempre que haya un hueco en tu vida, llénalo de amor.

Esta es la misma filosofía social que trasuman los hermosos pensamientos de Gabriela Mistral. En el himno cotidiano dice:

Dichoso yo, si al fin del día,

un odio menos llevo en mí.

Si una luz más mis pasos guía,

y si un error más yo extinguí.

Y si por la rudeza mía,

nadie sus lágrimas vertió.

Y si alguien tuvo la alegría

que mi ternura le ofreció.

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